sábado, 27 de diciembre de 2014

Relatos humorísticos: cuento

El velatorio más esperado

   En una semana de  mayo, lluviosa, llena de niebla, donde la gente iba y venía apresurada para ver  los partidos de fútbol, el deporte más popular, o los informativos, la familia Scarpatto estaba esperando una sola cosa , que el corazón de Giuseppe deje de latir. Unos, para cobrar una herencia millonaria, de sus bienes inmobiliarios y animales, otros para que su odiado pariente los deje en paz.
   El 19 de mayo, el “Tano”, que para esos días cumpliría sus jóvenes 87 años, estaba en su silla mecedora observando la televisión, como le gusta (o gustaba) decir a él: un plasma de 32’ de última generación. Eran las 18.30 horas, en la Tevé Pública daban el partido de River Plate y Brown de Madryn. Comenzaba el mismo, el “millo” atacaba y no podía convertir. En eso un contra-ataque y… goool de los del sur. El corazón del tano, hincha fanático de River, comenzó a latir fuertemente. Al rato… ¡gooool y empate!
  En el entretiempo el tano, atendido por su familia querida, comía y comía sin parar: que longaniza, que chorizo, que se tomaba un vinito de aquí y de allá. Le iba subiendo la presión, se notaba en su cara colorada de la calentura que tenía. Comenzó el segundo tiempo: ¡gol de River!, ¡el Keko! Todo era alegría pero… de repente, faltaba un minuto para finalizar y… ¡empató el partido Brown!
   De pronto todo se transformó en desazón, el tano amargado fue a incorporarse y sintió un fuerte dolor en el pecho, cayó al piso con falta de aire. La familia presurosa, luego de una hora, lo llevó  al hospital… Por supuesto ya no había nada que hacer, el tano estaba… en el mas allá: había fallecido.   
   Qué hacemos, “hay que velarlo” decían todos sus herederos y amigos queridos. Averiguaron si tenía una obra social y, efectivamente, contaba con PAMI. Entonces buscaron un ataúd, el más económico: “este cajón es de muy buena calidad”, manifestaban sus parientes mas cercanos (parecía cajón de manzana).
   Al otro día fueron a la casa velatoria Mónaco, es la que le hizo mejor precio … Al tano lo vistieron con sus mejores ropas: las zapatillas  Flecha, medias Thompson,  pantalones tiro alto, camisa a cuadrillé, pañuelito al cuello, reloj de agujas, manos ajadas, ásperas, cara cuarteada por el trabajo en las quintas… Empezaron a llegar los familiares, el Pancho, dueño del boliche La Rinconada, quien lloraba pero no porque lo sentía, si no porque perdería de vender los salamines y el vinito. Mientras le tocaba la cara le decía: “te fuiste viejito, pensabas que no te ibas a ir…”
   ¡Uf!, en este velorio había mucha hipocresía, mucha mentira… Estaba el Juancito, ¡ja!, gran contador de chistes, contaba y contaba, no paraba de contar, y los demás los escuchaban , sonreían… Este velorio, más que velorio, era una reunión para despedir o para festejar… Unos, la herencia que iban a cobrar y, otros, el odio hacia una persona que no les hacía mal. Los diálogos eran los de siempre: “Qué buena persona , era bueno el Tano”. Los parientes, que se cruzaban en el barrio y no se saludaban, se ponían a hablar: “Qué grande que están tus chicos”, “Y los tuyos, ¿estudian?”. O el “Toni” que se pasaba ofreciendo café o algo fuerte para pasar el mal rato… Por la vereda pasaba la gente, curiosa para ver quién era al que estaban velando (la famosa “Canosa”)

   Por lo bajo, algunos sacaban cuentas de cuánto le tocaba a cada uno: a aquél sí, a aquél no… ¿el tractor a quién?, ¿la desmalezadora?, ¿y el auto?. ¡Ni que hablar de las propiedades y el dinero en efectivo!, ¡las cuentas bancarias! Pero… “siempre que un gaucho se divierte, hay un resbalón”, cuenta el dicho popular.
   Llegó el momento de cerrar el cajón: “vayan despidiéndose que, en cinco minutos, vamos a comenzar a cerrar”. Se acercó Lali, la sobrina, y al darle el beso casi tira el cajón. Pero, de pronto ocurrió algo inesperado… El tano, hasta ese momento, blanco como un papel y frío como el hielo, empezó a ponerse colorado y a subir la temperatura… Un frío les recorrió el cuerpo a todos los presentes, se les transformó la cara …  El tano se sentó en el cajón y les dijo: 
- ¡No está muerto quien pelea!
   Scarpatto había sufrido un ataque de ¡Catalepsia!, según  la licenciada Careta.

Por Diego Palazzo