MI AMIGO INGLÉS
Cuento
Cuento
-
¡Chau amigo! ¡Suerte, te voy a extrañar!- dije agitando
el pañuelo.
-
¡Chau Andrés! ¡Mandame El Gráfico, no te olvides!

Estoy feliz por él pero, al mismo tiempo,
algo triste. Es mi amigo desde los 16 y pasamos tantas cosas juntos que me va a
costar acostumbrarme a no tenerlo cerca, pero nada es definitivo, yo lo sé mejor
que nadie…
El comienzo de una gran amistad

Recuerdo que éramos muy humildes, iba poco a la escuela porque tenía que ayudar en mi casa para poder comer, al menos, una vez al día. Me resultaba difícil conseguir un trabajo estable por lo que buscaba ganar monedas en la estación de tren, subiendo o bajando bultos, equipaje, lo que fuere. Al igual que yo, otros chicos hacían lo mismo y con ellos terminaba jugando a la pelota.
Anteriormente, cuando tenía 15 años, trabajé
un tiempo en la tienda que estaba cerca de mi casa. Acomodaba mercadería y
llevaba pedidos con la única paga de un plato caliente al mediodía y una
piecita donde dormir. Para mi familia fue un alivio ya que había una boca menos
para alimentar. La habitación era
demasiado pequeña, siempre estaba húmeda, el catre se encontraba pegado a la
pared donde una claraboya sucia, allá en lo alto, dejaba filtrar el único hilo
de luz natural. Tenía un colchón roto y una sola manta para cubrirme. Era
invierno.

Un día de noviembre de 1918, en el que
salían los chicos del colegio inglés, mientras pateábamos en el campito, el
balón rodó hacia la calle. Fui tras él al tiempo que uno de los estudiantes
corrió, con gran habilidad, la paró y, haciendo jueguitos, me la alcanzó.
-
¡Gracias!- le dije sorprendido
-
De nada, a mí también me gusta el fútbol- respondió el
inglés en un perfecto castellano.
-
¡Qué bueno, no pensé que hablabas mi idioma!- exclamé
más sorprendido.
-
Sí, lo que pasa es que mi papá es inglés pero mi mamá
es argentina. Vos jugás muy bien, yo te veo a veces desde el colegio.
-
Bueno, si querés un día podés jugar con nosotros.
-
¡Buenísimo, gracias! ¿Cómo te llamás?
-
Charles
Varios días después, durante las
vacaciones, Charles se unió en un partido con nosotros, los chicos de la
estación. Luego del juego me invitó a su casa a merendar, algo a lo que no
estaba acostumbrado, pero accedí con gusto. Su mamá nos preparó chocolate con
torta, estaba riquísimo y yo, muy feliz. Aprendí que no todos los hijos de
inmigrantes eran pobres. Charlie tenía una hermosa casa, podía ir todos los
días al colegio y jugaba al fútbol en el Club Ferrocarril Oeste, donde también había
cancha de tenis, bochas y muchas cosas más.
Esto se repitió, a Charlie le fascinaba mi
forma de jugar, decía que era diferente y le gustaría que su equipo contara
conmigo. Dijo que vaya a verlo el domingo en la cancha y después, me
presentaría a su entrenador, le había hablado mucho de mí y quería conocerme.
Ese día pensé un montón de cosas, mientras mi mamá me hablaba yo me veía
anotando goles y disfrutando la ovación del público.
-
Hijo, ¿me escuchas?, la situación en la fábrica de tu
padre es cada vez más difícil. La huelga no cesa y ya casi no tenemos dinero,
debes conseguir un trabajo, eres el mayor y necesitamos tu ayuda.
-
Sí madre, lo sé, pero creo que falta poco para que
llegue a ser alguien muy importante, te lo prometo.
-
¿De qué hablas? Vos siempre con tus sueños de grandeza,
somos pobres y lo único que nos ayudará es el trabajo, por favor, prométeme que
mañana sin falta encontrarás algo, no vuelvas si no consigues un trabajo, ¿me
oyes?
En
ese momento entró mi padre, tenía el rostro pálido y desencajado.
-
Hola querido, ¿qué pasó? Te ves muy mal- dijo mi madre
-
Fuimos atacados nuevamente, pero si creen que nos
intimidan se equivocan, vamos a continuar peleando por lo nuestro, somos muchos
los que perdimos el trabajo y tenemos familias que mantener. Si seguimos unidos
no podrán contra todos.
-
Eso me da mucho miedo.
-
No te preocupes querida, los obreros de todas las
fábricas de Buenos Aires se sumaron a nuestros reclamos.
-
¿Y cómo lo supiste?
-
Porque Enrique
Silva, el activista político amigo mío, me lo contó hoy. La Fora nos apoya, si algunos
caemos, otros continuarán la lucha, vamos a vencer.
Esa noche no pude dormir, sabía que mi
mamá tenía razón al pedirme que consiga trabajo pero, al mismo tiempo, también
sabía que otra oportunidad como la que me ofrecía el club Ferrocarril Oeste no
era para despreciar.
Me levanté muy temprano y
fui al mercado, le rogué al encargado que me diera algún trabajo, aunque sea de
barrendero, o para limpiar las frutas y verduras, cargar cajones, lo que fuere.
Debo haber sido muy convincente porque me mantuvo activo toda la jornada y
logré ganar unos buenos pesos para llevar algo de carne y pan a mi casa.
Durante los días siguientes no hablé de fútbol ni vi una pelota.
Cuando el domingo fui al club, Charlie se
puso muy contento de verme, jugó un gran encuentro. Al terminar me presentó a
su entrenador y fuimos los tres al campo de juego. Peloteamos un rato, me hizo
ejecutar tiros libres desde lejos y dijo que el martes me esperaba para
practicar con el grupo. Mi amigo y yo salimos juntos, felices porque seríamos
compañeros de equipo.
Una tarde, después de entrenar, mientras
estábamos en la calle, vimos pasar una camioneta con varios hombres armados.
-
¡Son ellos!- grité – seguime
-
¿Qué?, ¿quiénes son?- me preguntó
-
¡Los rompehuelgas, van a la fábrica de mi padre, vamos,
rápido!
Corrimos como nunca y, al llegar, el
descontrol se había apoderado del lugar. Quienes ostentaban el nombre de Liga
Patriótica acababan de disparar hacia los obreros que allí se manifestaban.
Después supimos que hubo cuatro muertos, por suerte mi padre no fue uno de
ellos. Ayudamos en lo que pudimos y volvimos muy tarde a nuestras casas.
En ese momento mi amigo se dio cuenta que
no era tiempo de darle tanta importancia al fútbol y, en cambio, sí tratar de
contribuir en esta situación. Por intermedio de su padre, el ingeniero,
conseguí empleo en la oficina de telégrafo, era cadete durante la mañana lo que
me permitía entrenar por la tarde.
El conflicto de los Talleres Vasena, que
fue sangriento y salvaje porque cobró centenares de víctimas, finalmente logró
la transformación buscada: reincorporaron a los despedidos, redujeron las
jornadas laborales y los obreros consiguieron aumento de salario gracias a la
intervención directa del presidente Yrigoyen. Lamentablemente Enrique, el
compañero de mi papá que luchara tanto desde el sindicato, fue uno de los que
pagó con su vida esta victoria.
El fútbol y yo
Ese año marcó mi futuro. Formamos un gran
equipo donde pude demostrar mi talento y cuánto me gustaba el fútbol. Admito
que aprendí muchas cosas, sobre todo en lo táctico, a trabajar en grupo. En la
revista El Gráfico comenzaron a llamarme el “torito” Maldonado, era delantero
y decían: “cuando encara resulta temible
para cualquier rival”, además de destacar la dupla que formaba con mi amigo,
“el inglés”.
Charlie me incentivó a leer, siempre
compraba la revista y la disfrutábamos juntos. Fueron años en los que el fútbol
se instaló definitivamente como deporte nacional, a pesar de haber sido
introducido por los británicos. Es más, ellos en definitiva se volcaron a otras
disciplinas, como rindiéndose ante el “estilo criollo”. En este terreno los
hijos de inmigrantes dejábamos de serlo, nos sentíamos importantes, por fin
formábamos parte de Argentina.
También retomé los estudios y comenzó a
gustarme mucho escribir. Mis padres estaban orgullosos de mí y los domingos
iban siempre a la cancha para alentarme. La crisis del ´30 fue una etapa muy
dura, de hecho mi padre se quedó sin empleo pero nunca se desanimó y, mediante
changas, pudo defenderse hasta conseguir trabajo en otra fábrica. Los clubes
prestaron un importante servicio en esa época, asistían a familias humildes y
chicos mediante la instalación de comedores o juntando ropa en colaboración con
las iglesias.
Charlie continuó estudiando y con el
tiempo fue columnista de fútbol en la revista El Gráfico, por mi parte tuve la
suerte de ser aceptado como comentarista en radio Rivadavia, podía participar
del prestigioso equipo que formaba la Oral Deportiva.
Hoy, a los 44, también escribo para El
Gráfico.
Al principio dije que nada es definitivo. Ha
habido muchos cambios: el General Perón le garantizó importantes derechos a los
trabajadores, el país está creciendo, el deporte también tiene su protagonismo,
gracias al apoyo que recibe, los argentinos se están posicionando en un lugar
de prestigio a nivel internacional. Mi amigo se acaba de marchar… Pero si hay
algo que no cambiará es que sigo y seguiré ligado al fútbol.
Por Nicolás Goicochea
Por Nicolás Goicochea