jueves, 3 de julio de 2014

El fútbol y la inmigración en la Argentina de 1900...

MI AMIGO INGLÉS
Cuento

-         ¡Chau amigo! ¡Suerte, te voy a extrañar!- dije agitando el pañuelo.
-         ¡Chau Andrés! ¡Mandame El Gráfico, no te olvides!
     Charlie Gibbs, mi amigo inglés, se alejaba en un barco desde el puerto de Buenos Aires con destino a la tierra de sus antepasados. Por fin cumpliría el sueño de conocer la casa de sus abuelos, la ciudad de Londres y la Universidad, lugares donde su papá se había criado y educado hasta llegar a ser el Ingeniero que, años después, vendría a trabajar en el tendido ferroviario de una de las ciudades más importantes en Sudamérica.
     Estoy feliz por él pero, al mismo tiempo, algo triste. Es mi amigo desde los 16 y pasamos tantas cosas juntos que me va a costar acostumbrarme a no tenerlo cerca, pero nada es definitivo, yo lo sé mejor que nadie…
                                           

El comienzo de una gran amistad

     Soy el mayor de cuatro hijos de inmigrantes españoles. Mi padre, Ricardo Maldonado, trabajaba casi todo el día en los Talleres Vasena y aún así, no ganaba lo suficiente para cubrir las necesidades básicas. Yo solía jugar al fútbol casi todos los días con un grupo de compañeros de andanzas. Nos juntábamos en una esquina cercana a la zona del Ferrocarril Oeste, en las afueras de Buenos Aires, donde había un colegio inglés.

     Recuerdo que éramos muy humildes, iba poco a la escuela porque tenía que ayudar en mi casa para poder comer, al menos, una vez al día. Me resultaba difícil conseguir un trabajo estable por lo que buscaba ganar monedas en la estación de tren, subiendo o bajando bultos, equipaje, lo que fuere. Al igual que yo, otros chicos hacían lo mismo y con ellos terminaba jugando a la pelota.
     Anteriormente, cuando tenía 15 años, trabajé un tiempo en la tienda que estaba cerca de mi casa. Acomodaba mercadería y llevaba pedidos con la única paga de un plato caliente al mediodía y una piecita donde dormir. Para mi familia fue un alivio ya que había una boca menos para alimentar. La habitación  era demasiado pequeña, siempre estaba húmeda, el catre se encontraba pegado a la pared donde una claraboya sucia, allá en lo alto, dejaba filtrar el único hilo de luz natural. Tenía un colchón roto y una sola manta para cubrirme. Era invierno.
     A las pocas semanas caí enfermo, con mucha fiebre y el médico le recomendó a mi madre que no tomara frío y cuidara mis pulmones. Por ello volví a casa. Tardé un mes en recuperarme y perdí varios kilos. De a poco empecé a salir otra vez y vi que la estación era un buen lugar para conseguir algunos pesos en forma honesta. Mamá cocía y le enseñaba a mis tres hermanitas el oficio.
    Un día de noviembre de 1918, en el que salían los chicos del colegio inglés, mientras pateábamos en el campito, el balón rodó hacia la calle. Fui tras él al tiempo que uno de los estudiantes corrió, con gran habilidad, la paró y, haciendo jueguitos, me la alcanzó.
-         ¡Gracias!- le dije sorprendido                          
-         De nada, a mí también me gusta el fútbol- respondió el inglés en un perfecto castellano.
-         ¡Qué bueno, no pensé que hablabas mi idioma!- exclamé más sorprendido.
-         Sí, lo que pasa es que mi papá es inglés pero mi mamá es argentina. Vos jugás muy bien, yo te veo a veces desde el colegio.
-         Bueno, si querés un día podés jugar con nosotros.
-         ¡Buenísimo, gracias! ¿Cómo te llamás?
-         Yo soy Andrés ¿y vos?
-         Charles
     Varios días después, durante las vacaciones, Charles se unió en un partido con nosotros, los chicos de la estación. Luego del juego me invitó a su casa a merendar, algo a lo que no estaba acostumbrado, pero accedí con gusto. Su mamá nos preparó chocolate con torta, estaba riquísimo y yo, muy feliz. Aprendí que no todos los hijos de inmigrantes eran pobres. Charlie tenía una hermosa casa, podía ir todos los días al colegio y jugaba al fútbol en el Club Ferrocarril Oeste, donde también había cancha de tenis, bochas y muchas cosas más.
     Esto se repitió, a Charlie le fascinaba mi forma de jugar, decía que era diferente y le gustaría que su equipo contara conmigo. Dijo que vaya a verlo el domingo en la cancha y después, me presentaría a su entrenador, le había hablado mucho de mí y quería conocerme. Ese día pensé un montón de cosas, mientras mi mamá me hablaba yo me veía anotando goles y disfrutando la ovación del público.
-         Hijo, ¿me escuchas?, la situación en la fábrica de tu padre es cada vez más difícil. La huelga no cesa y ya casi no tenemos dinero, debes conseguir un trabajo, eres el mayor y necesitamos tu ayuda.
-         Sí madre, lo sé, pero creo que falta poco para que llegue a ser alguien muy importante, te lo prometo.
-         ¿De qué hablas? Vos siempre con tus sueños de grandeza, somos pobres y lo único que nos ayudará es el trabajo, por favor, prométeme que mañana sin falta encontrarás algo, no vuelvas si no consigues un trabajo, ¿me oyes?
      En ese momento entró mi padre, tenía el rostro pálido y desencajado.
-         Hola querido, ¿qué pasó? Te ves muy mal- dijo mi madre
-         Fuimos atacados nuevamente, pero si creen que nos intimidan se equivocan, vamos a continuar peleando por lo nuestro, somos muchos los que perdimos el trabajo y tenemos familias que mantener. Si seguimos unidos no podrán contra todos.
-         Eso me da mucho miedo.
-         No te preocupes querida, los obreros de todas las fábricas de Buenos Aires se sumaron a nuestros reclamos.
-         ¿Y cómo lo supiste?
-          Porque Enrique Silva, el activista político amigo mío, me lo contó hoy. La Fora nos apoya, si algunos caemos, otros continuarán la lucha, vamos a vencer.
     Esa noche no pude dormir, sabía que mi mamá tenía razón al pedirme que consiga trabajo pero, al mismo tiempo, también sabía que otra oportunidad como la que me ofrecía el club Ferrocarril Oeste no era para despreciar.
        Me levanté muy temprano y fui al mercado, le rogué al encargado que me diera algún trabajo, aunque sea de barrendero, o para limpiar las frutas y verduras, cargar cajones, lo que fuere. Debo haber sido muy convincente porque me mantuvo activo toda la jornada y logré ganar unos buenos pesos para llevar algo de carne y pan a mi casa. Durante los días siguientes no hablé de fútbol ni vi una pelota.
     Cuando el domingo fui al club, Charlie se puso muy contento de verme, jugó un gran encuentro. Al terminar me presentó a su entrenador y fuimos los tres al campo de juego. Peloteamos un rato, me hizo ejecutar tiros libres desde lejos y dijo que el martes me esperaba para practicar con el grupo. Mi amigo y yo salimos juntos, felices porque seríamos compañeros de equipo.
     Una tarde, después de entrenar, mientras estábamos en la calle, vimos pasar una camioneta con varios hombres armados.                                                             
-         ¡Son ellos!- grité – seguime
-         ¿Qué?, ¿quiénes son?- me preguntó
-         ¡Los rompehuelgas, van a la fábrica de mi padre, vamos, rápido!
     Corrimos como nunca y, al llegar, el descontrol se había apoderado del lugar. Quienes ostentaban el nombre de Liga Patriótica acababan de disparar hacia los obreros que allí se manifestaban. Después supimos que hubo cuatro muertos, por suerte mi padre no fue uno de ellos. Ayudamos en lo que pudimos y volvimos muy tarde a nuestras casas.
     En ese momento mi amigo se dio cuenta que no era tiempo de darle tanta importancia al fútbol y, en cambio, sí tratar de contribuir en esta situación. Por intermedio de su padre, el ingeniero, conseguí empleo en la oficina de telégrafo, era cadete durante la mañana lo que me permitía entrenar por la tarde.
     El conflicto de los Talleres Vasena, que fue sangriento y salvaje porque cobró centenares de víctimas, finalmente logró la transformación buscada: reincorporaron a los despedidos, redujeron las jornadas laborales y los obreros consiguieron aumento de salario gracias a la intervención directa del presidente Yrigoyen. Lamentablemente Enrique, el compañero de mi papá que luchara tanto desde el sindicato, fue uno de los que pagó con su vida esta victoria.

El fútbol y yo

     Ese año marcó mi futuro. Formamos un gran equipo donde pude demostrar mi talento y cuánto me gustaba el fútbol. Admito que aprendí muchas cosas, sobre todo en lo táctico, a trabajar en grupo. En la revista El Gráfico comenzaron a llamarme el “torito” Maldonado, era delantero y  decían: “cuando encara resulta temible para cualquier rival”, además de destacar la dupla que formaba con mi amigo, “el inglés”.  
      Charlie me incentivó a leer, siempre compraba la revista y la disfrutábamos juntos. Fueron años en los que el fútbol se instaló definitivamente como deporte nacional, a pesar de haber sido introducido por los británicos. Es más, ellos en definitiva se volcaron a otras disciplinas, como rindiéndose ante el “estilo criollo”. En este terreno los hijos de inmigrantes dejábamos de serlo, nos sentíamos importantes, por fin formábamos parte de Argentina.                        
     También retomé los estudios y comenzó a gustarme mucho escribir. Mis padres estaban orgullosos de mí y los domingos iban siempre a la cancha para alentarme. La crisis del ´30 fue una etapa muy dura, de hecho mi padre se quedó sin empleo pero nunca se desanimó y, mediante changas, pudo defenderse hasta conseguir trabajo en otra fábrica. Los clubes prestaron un importante servicio en esa época, asistían a familias humildes y chicos mediante la instalación de comedores o juntando ropa en colaboración con las iglesias.
     Charlie continuó estudiando y con el tiempo fue columnista de fútbol en la revista El Gráfico, por mi parte tuve la suerte de ser aceptado como comentarista en radio Rivadavia, podía participar del prestigioso equipo que formaba la Oral Deportiva. Hoy, a los 44,  también escribo para El Gráfico.

     Al principio dije que nada es definitivo. Ha habido muchos cambios: el General Perón le garantizó importantes derechos a los trabajadores, el país está creciendo, el deporte también tiene su protagonismo, gracias al apoyo que recibe, los argentinos se están posicionando en un lugar de prestigio a nivel internacional. Mi amigo se acaba de marchar… Pero si hay algo que no cambiará es que sigo y seguiré ligado al fútbol.

                                                                                                                  Por Nicolás Goicochea